Se puede decir que Baja California es la cara B de México. Del territorio que hoy en día pertenece a nuestro país, fue el último en ser colonizado por la cultura occidental. De hecho, los intentos que los dominicos hicieron por evangelizar a los yumanos fracasaron y hasta hoy en día, la mayoría de las comunidades indígenas no toman muy en serio a las religiones católicas y mantienen parte de su cosmovisión original. La ciudad y puerto de Ensenada, cabecera del municipio más grande del país conserva en sus alrededores una alternativa verde para el disfrute de los locales y visitantes.
Los cerros que rodean la ciudad mantienen la vegetación nativa, tal es el caso más conocido del cerro de El Vigía, en la entrada norte, donde uno puede ver distintas especies de cactáceas y arbustos extenderse por sus laderas. La localmente conocida “Lagunita”, a un lado de la Macroplaza de reciente creación, es santuario para numerosas especies de aves migratorias y ha sobrevivido a numerosos intentos por desaparecerla a manos de voraces inversionistas. Este humedal es la entrada norte de la zona de dunas que aún queda en la mancha urbana, en lo que se conoce como la playa El Ciprés, actualmente cerrada al público pero que ofrece estampas fenomenales.
Hacia el nororiente de la ciudad existe otra ruta medianamente explotada. Los primeros domingos de cada mes hay una caminata partiendo del Cañón de Doña Petra hacia San Antonio de las Minas (el inicio de la ruta del vino). El trayecto sigue una vereda de pendientes pronunciadas que pasa por distintos tipos de vegetación característicos del mediterráneo bajocaliforniano. Si bien esta caminata colectiva se da una vez al mes, no existe una limitante para aquel que guste practicar senderismo cualquier día del año, aunque es recomendable hacer la caminata en invierno, ya que esta región del país se caracteriza por tener entonces su temporada de lluvias y por lo tanto, los cerros se vuelven de tonalidades verdes.
Hacia el nororiente de la ciudad existe otra ruta medianamente explotada. Los primeros domingos de cada mes hay una caminata partiendo del Cañón de Doña Petra hacia San Antonio de las Minas (el inicio de la ruta del vino). El trayecto sigue una vereda de pendientes pronunciadas que pasa por distintos tipos de vegetación característicos del mediterráneo bajocaliforniano. Si bien esta caminata colectiva se da una vez al mes, no existe una limitante para aquel que guste practicar senderismo cualquier día del año, aunque es recomendable hacer la caminata en invierno, ya que esta región del país se caracteriza por tener entonces su temporada de lluvias y por lo tanto, los cerros se vuelven de tonalidades verdes.
Las lluvias en invierno traen consigo otra
eventualidad, la fructificación de una gran diversidad de hongos, algunos
venenosos como la Amanita (derecha arriba) y el maderero (derecha abajo) y otros
comestibles como Boletus dryophylus (derecha centro).
Uno de los atractivos más destacados de esta ruta es el bosque de pinos costeros (Pinus attenuata), que como la mayoría de las coníferas se mantienen verdes durante todo el año. Las laderas ofrecen vistas espectaculares del dosel así como de la bahía de Todos Santos.
Casi llegando a San Antonio de las Minas existe una cañada entre dos majestuosos cerros, donde encontramos los primeros encinares (el encino de la región es nombrado Quercus agrifolia). Es en esta zona donde encontramos ciertas especies de hongos que forman micorrizas (asociaciones hongo-árbol) exclusivas con los encinos.
Esta ruta florística nos muestra la vegetación de chaparral, encinares y bosques, sin embargo, hacia el extremo sur de la ciudad de Ensenada existen otros paisajes no menos despreciables. Siguiendo la carretera federal #1 que en su paso por la cabecera municipal se le nombra Av. Reforma o Carretera Transpeninsular, uno llegará a la comunidad de Maneadero donde existe una bifurcación. A la izquierda (de norte a sur), la carretera sigue rumbo a La Paz mientras que a la derecha se encuentra el camino que lleva a La Bufadora. Las opciones de esta ruta son múltiples y no menos fascinantes.
La primera parada de la ruta sur podría ser el Estero Punta Banda y su barra arenosa, pero dedicaremos otra entrada para hablar de este lugar declarado como sitio Ramsar. Pero en lo que se prepara dicha publicación, hacemos la recomendación de no intentar caminar sobre el fango cuando la marea esté baja puesto a que podrían ocurrir accidentes serios como quedar sumergido en el sustrato blando. En la comunidad de La Joya hay varios locales que prestan servicios ecoturísticos, como paseos a caballo y en lancha. La foto de abajo muestra la vista de la barra arenosa desde uno de los cerros al sur, se ve a la derecha el estero, al centro la barra y a la izquierda las playas de la bahía de Todos Santos.
La segunda parada de esta ruta es Arbolitos, una zona de acantilados que miran hacia el Océano Pacífico fuera de la Bahía de Todos Santos. Sus aguas son frías, pero con un traje de neopreno, bucear o esnorquelear en ellas ofrece paisajes impresionantes únicos en México: los bosques de quelpos. Pero para aquel que no guste de entrar al agua, el simple paisaje que brindan los acantilados es soberbio, ya sea al amanecer o al atardecer.
La vegetación de esta zona es conocida como matorral costero, y uno de sus habitantes más notables es una especie de maguey conocida como Agave shawii, endémica de esta región de Baja California. Florea una vez en su vida, y su inflorescencia tiene un pedúnculo de un par de metros de altura que nos brinda estampas como la siguiente.
Desafortunadamente, esta joya bajacaliforniana sufre el hecho de estar medianamente accesible y frecuentemente encontramos basura y en temporadas se ve sobreexplotados por el turista irresponsable que gusta llevarse "recuerdos" como estrellas de mar y erizos que terminarán muy probablemente en la basura. Promoviendo un poco el uso responsable de los recursos, la autoridad da cierto permiso de colecta de estos llamativos organismos (en especial las estrellas de mar de cinco brazos) y uno puede comprar en el malecón y la calle primera de Ensenada, ejemplares ya preparados a un precio razonable.
Así que cómo verán, el encanto de Ensenada no está propiamente en su zona urbana sino en sus alrededores, que en pocos minutos nos brinda una experiencia de contacto con la naturaleza de la que pocas ciudades pueden presumir. No obstante, Ensenada guarda algunas joyas arquitectónicas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX de las cuales hablaré en otra ocasión.
Más distantes de la cabecera municipal, encontramos otras joyas naturales a los que bien valdrá la pena dedicarles una entrada independiente, entre ellos los que circundan a la comunidad kumiai de San Antonio Necua como el Salto de Guadalupe, Necua Viejo y la Sierra Blanca, la laguna Juárez o los valles de Santo Tomás y los pinares de Playa Eréndira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario